Entre lo sublime y lo ridículo
Carlos Peña
Emol - Domingo 03 de Enero de 2010
Pudo ser sublime.
Si la noche del 13 de diciembre —la de la primera vuelta— los partidos hubieran declarado su voluntad de cambio y, luego de oírlos, Frei, sirviéndose de esa leve épica que tiene la derrota, hubiera elaborado una narrativa a la altura de las expectativas de la gente, las cosas habrían sido distintas.
Los malos resultados se habrían encarado con racionalidad y ascetismo emocional. En una palabra, con dignidad.
Pero resultó ridículo.
¿De qué otra manera se podría calificar la renuncia de Gómez y de Auth encaminada a obtener el apoyo de Enríquez-Ominami? Hasta ahora se conocían muchas formas de hacer política. Violentas, pícaras, frívolas, brillantes, toscas. Lo que nunca se había visto era a dirigentes políticos dedicados a satisfacer el goce narcisista de un ex candidato.
Porque eso es lo que ocurrió con esas renuncias.
No fue un esfuerzo por poner al día la narrativa o la oferta electoral. Tampoco fue un intento por atraer a ese siete u ocho por ciento que definirá la elección. Menos la tentativa de construir un nuevo bloque político. Nada de eso. Fue simplemente un acto destinado a cumplir una de las condiciones planteadas por Enríquez-Ominami.
No puede haber un malentendido peor: confundir las demandas del electorado con las condiciones impuestas por Enríquez-Ominami.
Condiciones destinadas, dicho sea de paso, a no satisfacerse nunca. Y es que el diputado disfruta, no hay duda, el pequeño infierno de estos días ¿Sabe con qué atormenta el diablo a las almas en el infierno? Las hace esperar.
Y es comprensible.
Enríquez-Ominami y el senador Ominami tienen más sentimientos heridos que ideas por realizar; más cuentas emocionales que proyectos políticos; más cohesión familiar que coherencia; más confusión verbal que una lista de objetivos; más fantasías de redención y de venganza que ganas de hacer acuerdos políticos de largo plazo. ¿Qué podría llevar a pensar que después de hacer ascos a
Por eso en vez de dedicarse a convencer a los Ominami,
Y en eso podría tener ventajas comparativas.
Desde luego,
Y si de renovar estilos y dirigentes se trata,
Así entonces, en vez de seguir ocupada de cumplir condiciones imposibles —y arriesgar la estructura de los partidos para curar heridas que más que políticas son narcisistas—,
Si hace eso, lo sublime no estará para nada asegurado. Pero al menos el ridículo habrá quedado lejos.
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