lunes, 23 de febrero de 2004

De vuelta en el exilio !

Queridos Purgantosos !
                                       La Lumumba vive !. Allí, a "La mitad del mundo", llegaron las compañeras y los compañeros con su alegría y un par de canas que nadie vió. Lo decía Marcos en su colaboración "crónica de una cena anunciada". No había razón para agarrarnos del moño por alguna idea diferente. Muy por el contrario !, los años y la experiencia hicieron de nuestr(a)os compañeros algo especial, sin renunciar, sin embargo a la juventud eterna de los años vividos en la Universidad del mundo. Para los organizadores del evento, principalmente Julián Alcayaga, La Toñita y Froddi Cisternas, nuestro agradecimiento emocionado. Para los participantes del encuentro, nuestro cariño de siempre. A nuestra llegada, ya sobre la cordillera de los Andes la emoción no tenía límites. Mi gringa, a pesar de venir de otras tierras y gentes, le  corrían las lágrimas por las mejillas. A un costado del avión y con el corazón que se les escapaba del pecho, un puñado de compatriotas que sacaron la tricolor y que nos obligó a un  "viva Chile mierda". Luego nos abrazamos emocionados, sin haberlos visto nunca en la vida. Una familia de chilenos volvía con las cenizas de sus progenitores a la patria. Ahí soltamos los mocos sin pudor. El retorno al exilio fué igualmente emocionante. Le dijimos adios a las alturas nevadas y a los valles labrados, a los amigos que nos acogieron con tanto cariño y a los que pasaron a ser nuestros nuevos amigos. Me traje sus nombres y sus sonrrisas, para abrazarlos en un poema. Tambien algo de la patria. Algo de la violencia de su geografía. De mi ciudad natal (Chillán) me traje sus calles, algunas ultrajadas con nombres de traidores a la patria. De San Ignacio, el pueblito a 30 Km Sureste de Chillán y donde viví los primeros 17 años de mi vida, su abandono. El verano y el polvo hacía aún más triste su existencia. La plaza de las muchachitas con sonrroja en las mejillas estaba desierta. La casa de mi preferida de aquellos años se había desplomado, esperándome solo un acacio viejo y sin corteza para decirme que no había  olvido. Que siguera mi camino en busca de sus huellas, porque el amor de la niñéz no conoce el olvido ni los rencores. Visité el cementerio de San Ignacio para despedirme de mi padre y de sus amigos. Solo Don Juan, un viejo de 97 años que aseguraba ser el centinela que esperaba mi retorno para contarme de sus gentes y destinos. Me abrazó al partir, disminuído por el tiempo, asegurando que comenzaba su marcha hacia el oriente eterno. Que lo había dicho todo. Me sirvió un "enguindado" y empujó el suyo hasta que el vaso se detuvo en su naríz. Luego bajó su mirada para decirme nuevamente que lo había dicho todo. Uno de sus hijos me esperaba en el camino para regalarme un sombrero de huaso tejido por una de sus hijas. Me desprendí de mi llavero para dejarle igualmente un recuerdo. La besé en la mejilla y me ofreció su boca veinteañera. Aún conservo algo de su "rouge" que rescaté con mi pañuelo y que conservo con agradecimiento. Tres semanas en la patria que cambiaron mi vida. Un saludo a todos queridos Lumumberos, con la fraternidad de siempre.
Ren챕
H체rth, 23.02.2004.-

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