viernes, 4 de abril de 2008

En la cola del café en Danskoi.

Queridos Lumumberos !

                                          No siempre era muy agradable encontrarse en la cola del café en Danskoi al término de la jornada, o en la pausa del almuerzo. Con la llegada de los latinos se gravaba la espera de los que se encontraban después en la fila. Ya no eran cinco o diez tacitas de café, sino que a veces se llegaba con facilidad a cincuenta. La vieja máquina a vapor no daba abasto, naturalmente. Pero no parecía incomodar a las “operadoras” que habían aprendido que no tenía objeto tratar de “civilizar” a los estudiantes que visitaban el “stoloboe”. Algo similar ocurría en la 42 kbartal, pero al fin acordamos sin grandes aspavientos, que el máximo de encargos no podía superar las seis tasas. Fue un arranque solidario con nuestros compañeros africanos y también con el África árabe. No solo estudiábamos en el 42, sino que muchos de nosotros vivíamos allí y necesitábamos esa fraternidad. Al final de cuentas todos hablábamos el mismo idioma y casi todos compartíamos los sueños de una sociedad mejor, sin explotados. Al final parecía absurdo que lo articuláramos en la patria del Pelao Lenin, donde eran evidentes las deficiencias del sistema y la prepotencia de las estructuras de poder para con el pueblo. El sueño era solo parecido a la ilusión de un socialismo similar al de la Unión Soviética, pero, al mismo tiempo, muy diferente. Era la chiva para salvarnos de una discusión sin fin en la cafetería. Para esta última existían grupos que se dedicaban al análisis Marxista más profundo. Como el de cómo volarle la raja a la derecha de sus países e implantar “una verdadera dictadura del proletariado”. Esa que resolviera los problemas del poder y todos los problemas propios del subdesarrollo. Afinidades entre la realidad soviética y la nuestra existían, más no en la proporción como para implementar el modelo en nuestras realidades. Esa explicación se escuchaba con frecuencia en los grupos con presencia de canutos e incorregibles del sistema imperante. Capaces de explicar hasta las más gigantescas chambonadas del poder soviético.  Estos eran los grupitos m찼s moderados y, honestamente, los menos enterados de las profundidades de la teor챠a Marxista-Leninista. Yo era uno de ellos, sin lugar a dudas. Lo reconozco hidalgamente y sin ponerme colorado. En los primeros a챰os de mi estada en la URSS, los m찼s hermosos de mi vida, pens챕 que el socialismo era simplemente inevitable.  Que las estructuras del poder pol챠tico hab챠an conseguido llegar a la etapa de democratizaci처n paulatina del estado y de las instituciones. Que nos encontr찼bamos felizmente en la etapa de las grandes realizaciones del socialismo. En una nueva etapa.  A veces me parec챠a que algunos compa챰eros hab챠an perdido simplemente el juicio en discutir lo contrario. Criticaban abiertamente el deterioro de las instituciones, que solo exist챠an en el papel, seg첬n ellos, los sueldos miserables y el pavoroso desabastecimiento. Las condiciones de trabajo y de la vivienda, el transporte, el trabajo de los ancianos, la soledad de los inv찼lidos en kbartiras que no las abandonaron durante a챰os, el trabajo de las mujeres en industrias con 챠ndices elevad챠simos de gases t처xicos o de ruidos infernales, etc. Si bien la discusi처n no solucionaba los problemas, disipaba algunas dudas pol챠ticas, entregaba nuevas formas de plantear las inquietudes y acarreaba realidades distantes a nuestras memorias. Entregaba sentimiento y obligaci처n solidaria con los compa챰eros de todos los colores imaginables, con todas las culturas, con todas las costumbres. No hab챠a problemas que algunos no utilizaran cuchillo y tenedor cuando preparaban el puchero en sus habitaciones. Siempre un saludo, una sonrisa, un palmeteo en la espalda o una palabra de amistad.   A veces era solo una tacita de café en el 42 o en danskoi, pero cada día una experiencia nueva. Una pequeña escuela que con los años llegó a ser muy importante para el desarrollo personal de muchos de nosotros. De que el socialismo es inevitable, sigo pensándolo hasta el día de hoy. Probablemente no se parezca mucho al fenecido, pero algo reemplazará al capitalismo globalizado que despilfarra los recursos, envenena el planeta, que ha convertido en hambrientos a miles de millones de personas, que ha despojado de sus derechos a los más débiles y sigue sembrando muerte por el mundo, pensando que hay que asegurar los recursos energéticos para los siglos venideros. Probablemente se trate de un socialismo más modesto. Sin la obligación de tener que demostrarle a otros sistemas su superioridad. A lo mejor un socialismo que convine los recursos y que se acomode a la diversidad de costumbres y culturas del mundo. Sin arrogarse el derecho de imponer por ser los más “cultos”, los más numerosos, los más blancos, los más negros o amarillos. A lo mejor un socialismo que te obligue a viajar más lento, a volar a menos velocidad o altura, a gastar menos energía para calentar una piscina familiar, a prescindir de algunas producciones que envenenan los entornos, etc. Un socialismo como el que inventábamos en Danskoi o en el 42 –oi.  Con la solidaridad y el respeto por los que son diferentes a nosotros. A compartir, como en la cafeter챠a.  Yo no s챕 como ser찼, pero que ser찼, no tengo grandes dudas. So챰챕 anoche en la cola del caf챕 de Danskoi. Me pas챕 la tarde del d챠a de ayer conversando con Lerry de la Fuente en nuestra casa y debe haber sido el trampol챠n para el sue챰o. Nos acordamos de todo y de todos. Siempre encontramos una palabra cari챰osa para los compa챰eros y compa챰eras que recordamos particularmente. Fuimos muy j처venes y, muchos de nosotros, llegamos en blanco pr찼cticamente. No se me han olvidado los primeros pasos en la URSS. Los disfrut챕 con toda el alma. Ojal찼 sue챰e nuevamente algo de nuestros fabulosos d챠as de juventud y de esperanzas. Un fuerte abrazo a todos, con la fraternidad de siempre.

Ren챕

Alemania, 04.04.2008.-

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