domingo, 5 de julio de 2009

Golpes y Golpes

Del vagón sellado de Lenin al sombrero de Zelaya
Elizabeth Burgos

Domingo, 5 de julio de 2009

Cuando se difundió la fotografía de Fidel Castro con el sombrero que suele llevar el visitante que aquel 6 de marzo 2009 se encontraba a su lado (Manuel Zelaya, el depuesto presidente de Honduras) y había acudido a rendirle pleitesía, como ya lo han venido haciendo en los últimos meses la mayoría de los mandatarios latino-americanos, me intrigó porque el cubano, al contrario de su colega venezolano, adopta más bien la postura monárquica y se cuida de prodigar gestos de populismo condescendiente. De allí que ese gesto me intrigara y me preguntara lo que se traía entre manos puesto que Fidel Castro no se deja llevar por la espontaneidad: en materia de comunicación de imagen todo lo tiene muy bien controlado.

Las noticias provenientes de Honduras desde mediados de la semana pasada me fueron dando la respuesta de la fotografía con sombrero hondureño.

El presidente hondureño, hombre de derechas, oligarca, populista y anti comunista, había sido seducido por el dictador cubano y había aceptado entrar a formar parte de la “banda de los cuatro”: Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador. Para ser admitido plenamente al fascio de los cuatro debía seguir los pasos que Caracas dio. En vísperas de las elecciones presidenciales, decide convocar un referéndum para someter a “consulta al pueblo” la posibilidad de hacerse reelegir presidente de la República, violentando la Constitución, para aplicar el mismo modelo de instrumentalización de las dinámicas de la democracia y así imponer una dictadura constitucional, vigente hoy en Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador. Es un modelo que obedece al proyecto geo estratégico del castrismo, que no ha cesado en su empeño desde 1959, y que hoy Hugo Chávez ha tomado como bandera. Adaptando a los tiempos, la mecánica castrista de asalto al poder, el dictador cubano continúa sirviéndose hoy de la guerra de guerrillas, pero en lugar de armas, usa la manipulación del sufragio.

La escena del sombrero me recordó momentos en que discutiendo con Fidel Castro acerca del dilema que se le podía presentar al revolucionario en ciertas circunstancias que obligaban a dar concesiones no siempre en acorde con la “moral revolucionaria”, él siempre traía como ejemplo el vagón sellado de Lenin. En plena Primera Guerra mundial, para Lenin, quien se encontraba en Suiza, la manera de entrar a Rusia sano y salvo acompañado de su equipo más cercano, era negociando con el enemigo de Rusia: con las autoridades alemanas, entonces en guerra contra Rusia. El gobierno del Reich alemán negoció con Lenin la travesía por su territorio con el objeto de que Lenin le diera el empuje final a la Revolución que ya estaba en marcha y debilitara así el poder contra el cual Alemania estaba en guerra. Pero para Lenin, la guerra imperialista debía devenir una guerra civil, en revolución armada.

El Estado Mayor alemán era sin la menor duda, el mayor enemigo de la Revolución, pero tenía plena conciencia de la utilidad que podía sacar de su apoyo al triunfo de la misma para eliminar a Rusia del conflicto bélico. Así, acompañado por treinta y un revolucionarios, a través de una Europa en guerra el bolchevique Vladimir I. Lenin, se prepara a iniciar la Revolución en su país. Lenin abandona su exilio suizo y el 9 de abril de 1917 parte en el célebre “vagón sellado”, que atraviesa velozmente y sin paradas, y con toda garantía, el territorio enemigo alemán, para llegar a Estocolmo y de allí llegar por fin a San Petersburgo, donde esperaba a Lenin una entusiasta multitud.

El asalto al poder por los bolcheviques está en marcha y una de sus primeras decisiones será la firma de la paz con Alemania. El 7 de noviembre, Lenin declara “todo el poder a los soviets”, y mediante un bien orquestado golpe de Estado, los bolcheviques se amparan del poder. Las consecuencias de esa historia todavía la estamos viviendo.

Un país de una zona estratégica como Centroamérica que se sume al eje de la “banda de los cuatro” bien vale ponerse un sombrero, aunque proceda de un nada confiable burgués, anti comunista y oligarca. Ya habría tiempo de deshacerse de él. Salvo que en este caso se adelantaron los poderes públicos hondureños, el propio partido del presidente, secundados por las Fuerzas Armadas..

Según el antiguo modelo, los golpes de Estado en América latina intervenían, so pretexto de solventar una crisis política, o de defensa de las fronteras, pero terminaban desnaturalizando las instituciones republicanas, violando los derechos humanos y debilitando la democracia o anulándola.

La iniciativa que acaban de realizar las Fuerzas Armadas hondureñas es un gesto inédito en la historia del continente. Por mandato del los poderes públicos intervienen y deponen al presidente en nombre de la salvaguarda de las instituciones, y por respeto a ellas, - puesto que aquel que debía ser su garante, el presidente de la República, las estaba violentando -, y le entregan el poder a los civiles.

Los analistas deberán reflexionar sobre los acontecimientos de Honduras con una lente más fina que aplicarle el simple análisis de la defensa del “presidente democráticamente electo”. No se puede, no se debe ignorar que existe un contexto geo político creado por una voluntad de resquebrajar las instituciones para imponer un modelo totalitario de gobierno que se legitima en lo que se ha convertido ya en una ficción, en una figura esperpéntica: en elecciones repetidas, trucadas, manipuladas, a las que se les ha vaciado de su verdadero sentido que so pretexto de haberlas ganado, esos mandatarios se dedican sistemáticamente a violar las Constituciones nacionales, a intervenir sistemáticamente en otros países, y a mantener un clima insurreccional fuera de sus fronteras.

Las instituciones internacionales como la OEA o Las ONU deberían someter a una reflexión, esa anomalía institucional, pues en el fondo, en lugar de defender la democracia en América Latina, están ayudando a hundirla y a fomentar la figura monstruosa de dictaduras institucionales.

Los recientes acontecimientos de Honduras, deberían dar lugar a una análisis sereno del contexto en que se dieron. No se les puede mirar con el mismo prisma con que se observaban los golpes de Estado del pasado. Es cierto, se inscriben dentro de la tradición golpista latinoamericana, pero con características muy particulares.

Los análisis precipitados y las ingenuidades en política, suelen pagarse caros en el tiempo largo de la historia

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