jueves, 14 de octubre de 2004

La historia de un chileno.

Queridos Lumumberos !
                                      Ayer me contaron que murió Carmelo Mendoza. Un campesino con poca tierra de nuestra patria, que se ganaba el sustento trabajando a medias tierra ajena. Fué "mediero" de mi padre y salía con la aurora y sus dos bueyes negros, para llegar a su rancho en la penumbra. Casado con una campesina joven, de ancas generosas y de sonrrisa amplia y bonachona, que reducía su existencia a las labores de su casa y a la ordena de las pocas vacas de su parcela de tierras áridas, siempre fué hombre cabal . Un dia, para el tiempo de la cosecha, llegaron una vez más los "afuerinos" a la corta del trigo. Cada uno con una "hichona" (Hoz), una cuchara de hojalata y un tarro duraznero para la "choca". Aparte de los parches en el culo, las "ojotas" y una manta para tirarse por las tardes en alguna bodega a dormir el cansancio de la jornada, no tenían más riqueza que su propia humanidad. Una vez que el molino de mi padre transformaba el trigo en harina y la transportaba a una central de compra en Chillán, se pagaban las "chauchas" por las cuales llegaron de los suburbios de las ciudades del sur. Uno de ellos, un mozo moreno de espaldas anchas y con una cicatríz en una de sus mejillas, por alguna desaveniencia con algún otro mozo de sus lares, se calentó con la mujer del mediero, revolcándose con ella en la bodega del pasto de nuestra finca. Con ojos de ninos, fuimos con mi hermano testigos de las violencias y de las lujurias de este amor prohibido. La campesina desnuda, con sus encantos a la luz de la luna, le habría quitado la paciencia a cualquiera de los habitantes de nuestro pueblo. Tanto fué la calentura de los protagonistas de esas fiestas veladas en las tardes del verano, que resolvieron echarse a volar, lejos del alcance de Carmelo Mendoza. Significó una pequena tragedia para mi y para mi hermano, que siempre tomábamos posición en un escondite de las vigas de la bodega, para disfrutar de los encuentros. Carmelo, un hombre rudo y fuerte, curtido con el flagelo del astro rey y acostumbrado a medirse con cualquiera y en cualquier terreno, tomó su corvo y se dió a la búsqueda de la infiél y de su amante. El ano siguente no hubo siembra ni cosecha en los terrenos que trabajaba a medias con mi padre. De Carmelo y de los fugitivos, ni senales. Una anciana que murió en la cocina de mi casa, después de 50 anos de servicio esclavizante, dijo haber visto en las cercanías de la casa de Carmelo, la llegada de una joven de cabellos rizados y de oro, montando un corcél blanco con riendas de plata. Tenía sus pies desnudos y de la túnica de lienzos blancos, banados de luna, se entrehabrían, dejando al descubierto sus muslos de nácar resplandeciente. Se llevó a Carmelo a a las estrellas que adornaban la colina y a su reino en las cimas de la cordillera de los Andes. Uno de sus hijos, de un matrimonio anterior, llegó un dia a casa de mi hermana, para anunciarle que Carmelo Mendoza había muerto en una estancia del sur de Chile, a los 97 anos de edad. Su legado fué escueto y preciso. Reveló al cura de un pueblo al fin del mundo de nuestro pais, que en un pozo de las cercanías de su terruno, descansaban los restos de su Amelia y del afuerino, a quien había otorgado cobija y trabajo. Que no se arrepentía de nada, que le había revelado al senor en las alturas de su encono y que había obtenido de este su perdón. En San Ignacio aún se cuenta que llega la doncella en su caballo de nieves a recorrer al galope sus antiguos dominios, pero que ahora se irá para siempre a su reino de hielos y ventizcas, porque murió Carmelo Mendoza. Un abrazo de OSO para todos, con la fraternidad de siempre.
Ren챕
H체rth, 14.10.2004.-

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