jueves, 7 de agosto de 2008

Los funerales de un disidente.

Queridos Lumumberos !

                                         La prensa de izquierda ignoró completamente al escritor Ruso Alexander Solzhenityn en su deceso. Como si no hubiese existido nunca, a pesar de tratarse de una personalidad extraordinaria del siglo XX y XXI. Seguí la ceremonia de sus funerales en el canal de TV Ruso “Besti”, mirando de reojo la cercanía de la que fue la central de la Universidad de la amistad de los pueblos “Patricio Lumumba” en Donskoi. Un monasterio lleno de ruinas en el pasado soviético, pero que de cualquier manera formaba parte de la riqueza arquitectónica y cultural del pueblo Ruso. Hoy reluciente, como la nueva fuerza político-religiosa de la iglesia ortodoxa.  No me esperaba otra reacción de la izquierda tradicional internacional. Hace unos días me referí a la postura de Genadi Schuganov, el jefe del partido comunista de la Federación Rusa, que reconoció en el una “figura notable, pero que ayudó a destruir al país grande”. En la ceremonia participaron algunos miembros del otrora estado soviético, siguiendo la liturgia religiosa con algunos titubeos, pero siempre buscando escaparse de las cámaras de TV que cubrían el evento. No es fácil haber sido lobo y perfilarse ahora como oveja. Quien es un disidente ?, preguntaba un periodista joven, no mayor de 25 años, a lo que un político de la vieja era soviética respondió : todos éramos de alguna manera disidentes. Una postura fácil y llena de incertidumbres, diría yo. Ser disidente en una democracia es lo más normal del mundo. Pero haber sido disidente en una dictadura como en el período más negro de la URSS, durante el régimen carcelario de José Stálin, es muy diferente. Para ello se necesitaba ser corajudo y tener muy claro las dificultades y las exigencias de un régimen absolutista para con sus ciudadanos. Indudablemente que el régimen soviético marcó una era en el desarrollo de los pueblos. Sin la URSS, difícilmente las organizaciones de los pueblos libres no habrían obtenido los éxitos por sus reivindicaciones salariales y políticas que sustentan hoy. Si bien los éxitos se dieron por la lucha de los pueblos individualmente, la sombra y el poderío económico y militar de la Unión Soviética puso los nervios de punta de las burguesías nacionales de las grandes potencias y envalentó a sus ciudadanos. Una actitud legítima, por lo demás. Nadie pensó, sin embargo, que la revolución que desterró la autocracia en Rusia, podría convertirse en una pérfida dictadura, tan bárbara o peor que la dictadura de los Zares de entonces. Cuesta creerlo, pero sucedió. Se cambió el lenguaje, se cambiaron las leyes, se cambiaron los administradores, se inculcaron nuevas verdades, se tergiversaron los supuestos, se manejaron los proverbios, se cambió la moral ciudadana, se borró la necesidad de participar en acontecimientos políticos, se anularon los sindicatos y organizaciones civiles, se marginaron a los que fue imposible “reeducar”, se encarcelaron a los jóvenes que intuían la verticalidad basada en la arbitrariedad, se profanaron las convicciones religiosas, se destruyeron los templos, se asesinaron a sus representantes, se criminalizó a la intelectualidad, los dictadores se violaron a las bellas y las vírgenes que desfilaron frente a ellos (Beria), se persiguió a los disidentes, esos que no fue posible doblegarlos ni con tortura, ni con prisión. Los disidentes son aquellos que a pesar de las barbaridades enumeradas, continuaban con la porfía que sus padres y abuelos no habían dejado sus vidas por este estado deplorable de una democrácia popular muerta antes de nacer. Los que reclamaban por la ausencia de esa democracia, los que solapadamente denunciaban los atropellos, la existencia de cárceles que los mantenían por decenas de años lejos de sus familias, la existencia de campos de trabajos forzados, la existencia de clínicas para enfermos mentales llenas de contrarios lúcidos y sanos, esos son los disidentes. Al decir de Genadi Schuganov, Solzhenitsyn ayudó a destruir el país grande. Pero si los que destruyeron al país grande fueron otros. Justamente aquellos que denunció Solzhenitsyn. Los que se acabronaron con el poder, los que se auto promulgaron vitalicios en sus puestos de mando, los que martirizaron a su propio pueblo, los omnipotentes, los que ignoraron los rumores de la clase trabajadora y del pueblo, acusándola de antisovietismo o antipartido. Fueron otros, mi estimado Genadi, fueron otros y tu lo sabes mejor que nadie. Son los mismos que junto a otros oligarcas se apropiaron del patrimonio del pueblo soviético, levantado con dolor y lágrimas en los “grandes proyectos con fuerza de trabajo gratuita”. No es posible consolidar un socialismo sin democracia y con un pueblo humillado hasta los huesos. Como me dio rabia, mejor cierro el tarro y me voy almorzar. Un fuerte abrazo, con la fraternidad de siempre.

Ren챕

Alemania, 07.08.2008.-

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