domingo, 28 de agosto de 2005

NOSTÁLGICOS--LA LLEGADA (2)

Segunda y 첬ltima parte de este recuerdo. Hace una "tracal찼" de a챰os que lo escrib챠, as챠 que los errores se justifican.
 

LA LLEGADA

 

El Boeing 707 de Air France de 180 pasajeros despeg처 desde Cerrillos a las 8.30 ese s찼bado 22 de agosto de 1964. Acomod찼ndose a 11 mil metros, se dirigi처 hacia el norte, las turbinas silbando a 950 kms. por hora. Adem찼s del ruido, afuera hacen -50쨘. Nos vamos orillando la costa occidental de Am챕rica del Sur, como siguiendo un corredor que prolongara Chile hacia arriba. Chiquito el continente. A mediod챠a, aterrizaje en Lima; a las 14.50, en Quito; a las 16.40, en Bogot찼, a 2.400 metros de altura y bajo la lluvia; en Caracas, a las 19.12 hrs. Meses despu챕s, mis padres recibir챠an, sorprendidos y preocupados durante cierto tiempo hasta que alguien se los tradujo, un documento de Air France certificando la fecha y ahora en que su primog챕nito hab챠a atravesado la l챠nea del Ecuador. A첬n lo tienen enmarcado en lugar destacado.

 

Primer encuentro un tanto brusco con el clima tropical en Caracas. Bajamos del avi처n bajo la llovizna. 27쨘 de calor y 80% de humedad. Fuera abrigos y chombas de lana, tratando de respirar ante el asalto atmosf챕rico, la ropa pegada al cuerpo. La delicia de la espera en un aeropuerto. Mirar la lluvia intermitentes y pasajeros aburridos no da para mucho. Surgieron dos guitarras y una t챠mida tonada buc처lica. Siguieron algunas cuecas patrioteras, con muchos gritos y silbidos para dos parejas animosas, sobre todo para uno vestido de huaso con colleras, ese disfraz de fin de semana de due챰o de fundo. 쩔Alg첬n problema de identidad o tem챠an olvidar de donde ven챠a? Al cabo de dos horas, nos comunican que un hurac찼n hace de las suyas en el Caribe, sacudiendo con entusiasmo la isla Guadeloupe, pr처xima escala programada.

 

Dos o tres soldados con mirada fiera y ametralladora en ristre guardan cada salida del aeropuerto. Pasamos en fila india, mientras de ambos lados verifican rápidamente abrigos y bolsos de mano. Afuera, más soldados y algunos jeeps y camiones militares. “Y yo que pensaba que éstos se aireaban sólo en la Parada y los domingos, cuando tocan la retreta en la Plaza”, susurro a mi vecino, que responde con un codazo. Los taxis se desplazan velozmente. Primera vez que veo una verdadera carretera. Amplia, iluminada, en excelente estado, largos túneles blancos. Primera impresión: bonita Caracas, luminosa, verde, palmeras, muchos prados.

 

Hotel El Conde. Ducha, comida, reuni처n de la delegaci처n. Cuarenta y tres, incluidas doce muchachas entre 16 y 20 a챰os. Toda la geograf챠a humana de Chile, el moreno oscuro de Iquique sentado junto al blanco-amarillento de Punta Arenas, morenos menos pronunciados del centro. Las instrucciones: sacarse la insignia chilena, salir en grupo, no hablar para no ser identificados como extranjeros, no alejarse mucho del hotel. La atm처sfera est찼 heavy en Caracas. En la selva y la monta챰a hay grupos guerrilleros, en la ciudad operan grupos clandestinos, hay atentados contra la polic챠a y soldados de ronda y contra edificios, hay mucha gente armada y los tiroteos no son raros. La portada de los diarios locales, que confirman aquello y m찼s, har챠an palidecer al Clar챠n. De todas maneras, como los regresos a los lugares que se visitan por primera vez nunca est찼n garantizados, hay que aprovechar para  conocerlos, decidimos algunos. Poco antes de medianoche, salimos a dar una vuelta. Bonitas plazas, callejones oscuros, muchos charcos por la lluvia repentina y repetida, tipos en mangas de camisa o en camiseta -lo que nos recuerda que el verano chileno dura m찼ximo s처lo hasta las ocho de la tarde- conversan fuerte y cantan, una canci처n de los Hermanos Arriagada sale del aparato de otro que vende discos en la vereda. La noche caraque챰a tiene m찼s ruido que la santiaguina, pero con un aire algo t챕trico, inquietante... Diez a챰os m찼s tarde, se sentir챠a la misma sensaci처n a lo largo y ancho de Chile.

 

El domingo, el avión bifurca hacia el noreste sobrevolando el Mar de las Antillas, salpicado de islas, unas de origen coralino, otras volcánico. Entre el cielo muy azul y el lecho de nubes, no hay puntos de referencia y el aparato parece no avanzar. Al cabo de 80 minutos, empieza a descender hacia Pointe-à-Pitre. El agua tiene todas las tonalidades del verde y del azul, y un verde clarísimo forma un cinturón alrededor de la isla. Guadeloupe, posesión francesa, unas 340.000 personas habitan sus 1780 km2. Hoy, su ingreso medio de US$4.500 proviene de una econom챠a t챠pica de la regi처n: bananas, az첬car, turismo. Entre junio y diciembre, esta regi처n sufre huracanes y fuertes depresiones tropicales. Con algunas excepciones, el clima siempre es tropical. Son las 3 de la tarde, y los 30쨘 se notan, y hay que aguantarlo por dos horas de estad챠a. El jugo de mango lleva a varios al ba챰o con cierta precipitaci처n. Todo es novedad: el calor, la humedad, la flora, los trabajadores del aeropuertos, sonrientes, compuestitos en sus uniformes, muy negritos. Soldados en trajes de gala, como guardias de Buckingham (con la misma gorra, que parece se hubiesen puesto un oso entero sobre la cabeza), pero negros y bajo clima tropical... Fuera del cine, y no muchos ah챠 por entonces, el 첬nico negro que hab챠a visto en persona era Johnny Valiente, un luchador cubano integrante de los espect찼culos de catch as can en el Gimnasio Said de Quillota a fines de los ‘50.

 

El avi처n sigue subiendo en el mapa, buscando el noreste durante seis horas y media, cruzando el Atl찼ntico. El aeropuerto de Lisboa, verdaderamente t챕trico, parece empresa de pompas f첬nebres con sus muebles negros y sus oficinas y locales cerrados. Dos viejas ofrecen postales con gesto pesimista. Pocos pasajeros llegan a las cuatro y media de la madrugada, hora local. Pero la temperatura es agradable y la luna llena inmensa, para no desmentir la canci처n. Tras una hora interminable, abordamos. 징Al diablo Salazar! El cielo sobre las nubes se torna anaranjado, rojizo, se inflama. Amanece. El piloto nos transmite nombres que vienen directo de nuestros libros de lectura: el r챠o Ebro, San Sebasti찼n, Biarritz en el Golfo de la Coru챰a. La Madre Patria, co챰o. Al descender hacia Par챠s, casitas todas con techos rojos, la larga l챠nea del Sena. Gritos nerviosos del grupo arremolinado ante las ventanillas, lanzando al azar nombres y frases hechas en franc챕s. Son las siete de la ma챰ana y est찼 fresco, 10쨘.

 

Mientras arreglan los largos problemas burocr찼ticos, recorremos los tres pisos de Orly, los ojos bien redondos y los o챠dos bien abiertos, mecidos por los susurros melodiosos de los mensajes de los altoparlantes. 징Compadre, el idioma franc챕s me estremece el oido externo, el medio, el interno y m찼s all찼 y m찼s abajo!, murmuro. 징Y eso que no cachamos ni una!, me responden. El aeropuerto es una boutique de lujo: perfumes, joyas, relojes, licores. Los responsables del grupo, despu챕s de terminar los tr찼mites y lograr reunir el reba챰o agitado, nos llevan a almorzar y luego abordar un autob첬s que atraviesa la ciudad. La Tour Eiffel, el Louvre, la estatua de Jeanne d쨈Arc, Trini L처pez en el Olympia... La embajada sovi챕tica. M찼s tr찼mites para recibir las visas, mientras exploramos los alrededores, haciendo c챠rculos conc챕ntricos alrededor del bus.

 

La comida en el Air France me hab챠a afectado ligeramente el est처mago. La gran y sencilla pera y el vaso de simple jugo en el Tupolev fue as챠 bienvenido. El despegue no me pareci처 tan suave, cre챠a sentir crujidos por toda la estructura del avi처n, las aeromozas parec챠an de un atractivo m찼s robusto, con caras animadas, de sonrisa m찼s escasa pero m찼s abierta. Ya no hay pie atr찼s. En unas pocas horas atravesar챕 la cortina de hierro y aterrizar챕 en la capital del imperio siniestro. Aterrizaje en el aeropuerto Sheremietevo.  Es la p챕rdida total de toda referencia. Nunca hab챠a escuchado hablar en ruso, a첬n el alfabeto cir챠lico me era desconocido, no ten챠a muchas informaciones sobre Mosc첬, sobre la cultura sovi챕tica, sus grandes escritores (por supuesto, hab챠a le챠do Crimen y Castigo, lectura obligada entonces de los adolescentes que empezaban a preocuparse por el alma, lo trascendente, el ser, las angustias filos처ficas), actores, deportistas (conoc챠a de nombre a La ara챰a negra, arquero de la selecci처n sovi챕tica de f첬tbol), monumentos, calles, universidades... Todo ello era un mundo desconocido. Despu챕s comprender챠a que m찼s bien era un mundo excluido del nuestro.

 

A partir de ese día, y a través de los años, en todos los países socialistas –y aspirantes a socialistas- que visité nunca dejó de sorprenderme el mismo hecho repetido: la capacidad, o más bien la insistencia, para contribuir eficazmente a la imagen que sus enemigos querían proyectar, la del campo de concentración cotidiano y generalizado. En Moscú, Praga, Varsovia, Berlín Este, La Habana, Managua, los aeropuertos, aduanas, puestos fronterizos, siempre estaban plagados de uniformes militares, con armas a la vista. En Londres, París, Estocolmo, Berlín Oeste, Washington, Nueva York, Montréal, Santiago, la vigilancia, la seguridad, en ningún caso son menores. Sin embargo, no se ven uniformes ni armas, salvo la policía, que es casi invisible, y cuyo uniforme es netamente distinto al del ejército. El viajero extranjero –aún aquellos en tránsito- no podía sino sentirse sorprendido, quizás atemorizado, dispuesto a dar credibilidad al Reader’s Digest. Los países socialistas nunca llegaron a la sofistificación de aprender que la dictadura más brutal con poco esfuerzo puede mostrar solo el guante de seda.

 

Nos esperaban autoridades de la Universidad, que lograron apresurar algo los tr찼mites aduaneros. Tambi챕n un grupo de chilenos llegados a챰os antes. Nos subimos a varios autobuses peque챰os. Ruta, calles, barrios, todo parec챠a mal iluminado, triste, un tanto siniestro. Llegamos a Donskoi, un antiguo refectorio militar traspasado a la Universidad, que ten챠a all챠 salas de clases, laboratorios y dormitorios. Nos instalaron en un gran gimnasio, lleno con la cuarentena de camas, con algunas frazadas separando a las ni챰as. Como estaba escasamente iluminado y todos est찼bamos muertos de cansancio, no hab챠a gran problema. Nuestras maletas y bolsos se apilaron sencillamente al pie de las camas. Nos explicaron que la verdadera residencia estudiantil de los nuevos alumnos no estaba a첬n terminada, y que en una semana ser챠amos trasladados all챠.

 

Para rematar los malos augurios, para resolver los problemas logísticos los alumnos antiguos se dirigían a un uniformado –botas de media caña, gorra, chaqueta ajustada café-rojiza, gran cinturón- llamándolo “comandante”[1], y nos dec챠an que deb챠amos obedecer a la letra las instrucciones de 챕ste. 쩔C처mo obedecer instrucciones que no se comprenden? Los peores vaticinios parec챠an cumplirse. La pregunta “¿dónde diablos me vine a meter?” no me dejaba conciliar el sueño, unido a las conversaciones de algunos que se paseaban contando chistes y haciendo bromas. Se apagaron las luces y alguien tradujo la instrucción de callarse y dormir.

 

Mientras el cansancio me venc챠a, decid챠 concentrarme en el optimismo y la alegr챠a de los Jotosos por estar en Mosc첬. No pueden estar tan mal informados estos guevones, me dec챠a mientras ca챠a en el sue챰o.

 

 

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[1] Sólo días después sabría que no era militar, sino un modesto conserje, que “comandante” era una españolización de la palabra “komendant” (=superintendente), que era costumbre que usaran dicho uniforme en el caso de los varones, y que la  frecuencia conque el encargado y los guardias de seguridad de un edificio fueran antiguos militares o polic챠as no deb챠a ser superior a la chilena.

 

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