La muy entretenida cronica de Patricio Ayala sobre su viaje al Sur por los a챰os ochenta y tantos, me dejo ganas de recordar mi pasada por los Estados Unidos hace tres semanas en mi viaje a Chile. Ya en otras ocasiones he se챰alado mi reticencia a viajar a USA y solo he estado en los aeropuertos y de pasadita.
Yo tenia planeado mi viaje a Vietnam por tercera vez; el pasaje reservado, la maleta casi lista y las ganas ya empacadas de pasear por Saigon. Esos viajes son por el Pacifico y una vez estuve en Alaska, pero sin siquiera bajar del avion.
Pero de repente cambio planes, decido hacer los papeles de mi jubilacion en Chile y compro el pasaje en Delta, con escala en Atlanta. De Toronto a Atlanta son como 4 horas de viaje y ahora las aerolineas no dan ni almuerzo, unas galletas de cereal, un jugo y harta agua si lo pide uno. Como se demoraron en darme la ubicacion en Toronto, me regalaron un vale por un trago gratis, pero tomar sin comer pone de mal humor y no use el cupon. Llegue a Atlanta con 4 horas de anticipacion al vuelo a Chile y cagado de hambre. Como no tengo amigos ni parientes en Atlanta, ni menos ganas de pasear alli, me fui a un restaurant del aeropuerto. Quince dolares por una ensalada griega, un bistec a la plancha y una cerveza.
Yo no sabia que hacer las tres horas que me quedaban; mirar vitrinas me carga, menos en un aeropuerto.
Pero yo no sabia la sorpresa que me aguardaba en el aeropuerto de Atlanta.
Cuando me dirijo a la sala de espera de mi vuelo, una de cientos en el aeropuerto, justo al lado de la manga respectiva, veo con sorpresa que la sala de enfrente esta llena, repleta de pasajeros de Lufthansa. Todos visten igual, sus valijas son de la misma marca, los zapatos que calzan son todos los mismos, las gorras, los cinturones, las mochilas, todos la misma cara de timida expectacion. Los pasajeros eran como 300. Todos iguales. Solo algunos mayores, pero la mayoria, jovenes de unos 20 a챰os. Eran soldados americanos que viajaban a Irak via Dusseldorf.
El bistec a la plancha me quedo pegado en el estomago. Me puse a mirar a los soldados, uno por uno. Conversaban, fumaban en un rincon especial. Algunos sonreian, pero no eran risas muy convincentes. La mayoria mascaba chicle, leian revistas, miraban el monitor con la hora del vuelo.
Con esa maldita gana de entrometerme donde no debo, me sente junto a un grupo de soldados. Trate de mirar con simpatia y con una sonrisa estupida que fue devuelta con amabilidad: Va a Alemania? me dijo con timidez un joven de unos dos metros de altura. No, le dije, voy a Chile en el avion del frente. Oh, Chile, que bueno, buena suerte, nosotros vamos a Irak.... Ya lo se, le dije, mientras otros soldados miraban con simpatia, Que les vaya bien, les deseo mucha suerte y gracias. “Gracias a usted tambien”, dijo el gigante y me dio la mano.
Cuando me estrecho la mano, pense que el muchacho hubiera querido irse en el avion a Chile. Quizas seria idea mia, pero me senti como el culo de ir a Chile mientras estos pobres cabros se iban a Irak. Asi que me cambie de asiento a la sala del Delta y me dedique a mirar de soslayo a las decenas de jovenes que tras unos minutos abordaron el Lufthansa con sus mochilas iguales, sus uniformes iguales, sus zapatos y sus sonrisas iguales.
Con toda mi alma desee que todos volvieran sanos y salvos a Atlanta, que nada malo le pasara a ninguno de esos jovenes que partian con sus mochilas y sus temores a un infierno que no merecen.
Cuando llego la hora de abordar a Chile, subi al avion con el bistec pegado en el estomago, un sabor amargo de cerveza, de tristeza insondable.
Nueve horas mas tarde, es decir, diez a챰os y nueve horas despues aterrizamos en Santiago. Son las siete de la ma챰ana, mi hija mayor me espera, largos abrazos, beso a mi hija que no he visto por cinco a챰os.
Por las ventanillas voy mirando Santiago. Me vuelven a la memoria los jovenes soldados de Atlanta, pero luego los olvido. Ahi esta Chile frente a mis ojos, de nuevo. No tengo tiempo para tristezas, abrazo a mi hija y me dispongo a ser chileno, otra vez.
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