jueves, 26 de junio de 2008

Chalupeando por Moscú.

Queridos Lumumberos !

                                          Caminando por Moscú, entre automóviles aparcados en las veredas y los charcos de agua y barro, mi acompañante se sonroja ante una observación sobre el enorme recargo del medio ambiente por los millones de autos usados traídos del extranjero. –“Así somos los Rusos”,- murmuró. - O estamos 100% en contra o 100% a favor !. Términos medios no existen. Se prohibió su entrada, luego se autorizó nuevamente y ahora se volvió a prohibir. Muchos esperan la nueva autorización, a pesar del caos vehicular existente. Su pelo rojizo jugueteaba en su inmaculada dentadura, mientras sus caderas devolvían el repiqueteo de sus pies menudos en el asfalto. Por alguna razón me sentí transportado a los maravillosos días de estudiante de la Lumumba. Caminamos durante tres horas sin que atendiera mi invitación al almuerzo. Esperar las “liebres” Rusas o los autobuses no tenía sentido. Las calles estaban atochadas de vehículos que adelantamos caminando. El taco era impresionante. Una ambulancia hacía sonar todos sus privilegios para abrirse paso, pero los milímetros posibles de movimiento de los conductores no dejaban libre ni siquiera un espacio para la circulación de bicicletas. De haberse tratado de un enfermo grave, era el escenario ideal para despedirse de este mundo cruel. Los milicianos apostados a las orillas de la calle, hacían sonar sus silbatos para iniciar los ingresos adicionales del día. Los conductores señalados tenían que abandonar sus vehículos para presentar sus documentos e iniciar la discusión del precio de la “falta”, lo que acrecentaba el caos carretero. Es la normalidad de Moscú. Compré un armo de rosas en un kiosco de la Leninski Prospiek para Natascha. 10 rosas por 30 euros !. En Alemania habrían significado 30 rosas, las mismas originarias de Holanda. Pero en fin, bien se las había ganado la muchachita por la generosidad de acompañarme en visitar los lugares de nostalgias lejanas. Era la hija de un viejo amigo Moscovita que insistió en que me quedara en su casa. Los hoteles y pensiones tres o cuatro estrellas significaban un desembolso de casi 300 euros por día, sin tener la seguridad de tener un buen despertar al día siguiente. La llegada a las residencias estudiantiles fue la misma de viajes pasados. La casa central de la Universidad no tenía historia en mi memoria. Se había terminado tiempo después de la defensa de nuestro diploma en 1972, pero estaba igualmente deteriorada, como si hubiesen pasado cientos de años de su construcción. Guardias civiles nos retiraron los pasaportes a la entrada, para luego indicarnos los ascensores que debíamos utilizar. Optamos por el uso de las escaleras. Natacha ya había vivido los horrores de quedarse en medio de dos pisos y esperar horas antes que fueran liberados por los mecánicos que atendían los aparatos. Era simplemente una visita para apreciar el ambiente de la vieja Universidad. Luego recorrimos una vez más las residencias, solamente comparables con los mercados Persas chilenos. Todas con fuertes deterioros y atochadas de minúsculos negocios. Desde comistrajo Hindú, hasta las últimas chucherías importadas de China Popular. –La culpa la tienen los presupuestos !, decía una anciana a la entrada de los edificios. – La plata la ocupan en los nuevos proyectos, como si la viejas estructuras de la educación fueran eternas !. No necesitaba la explicación. La había vivido en muchos otros viajes. Los conocidos y amigos de viajes anteriores ya no estaban. Los sueldos y salarios no alcanzaban a cubrir ni la mitad del mes. Muchos jubilados languidecían en los puestos de los amigos, sin que hubiesen dejado ni una muestra de sus paraderos. La construcción en Moscú es gigantesca. Los campos y bosques adyacentes a la universidad estaban ocupados por edificios descoloridos e igualmente arrastraban el correr de los años. El campo donde la selección chilena de fútbol celebraba sus triunfos en el pasado, ahora cubierta de pastelones de cemento como paradero de automóviles. Almorzamos en un Hotel de la Micluja Makai. Era la única dirección donde uno podía estar seguro que la carne que se expendía tenía origen animal conocido. Todo según Natacha, naturalmente. Puede que se trate de una exageración, pero a estas alturas uno hace lo que le dicen los naturales de la capital. La gente sigue siendo la misma de entonces. Antes reclamaban y tenían una actitud beligerante con el resto de sus congéneres por la falta de productos durante el poder soviético. Hoy la tienen por la extraordinaria oferta, pero con precios que no están al alcance de la mayoría de los consumidores. A Moscú siguen llegando  de dos a tres millones de visitantes de la periferia por día. Algunos en busca de trabajo, otros a comprar lo que no se encuentra en la provincia. Se nota en el ambiente la mejor calidad de los carburantes. El olor típico de la bencina 76 solo se nota con la aglomeración de camiones. La mujeres Rusas siguen igual de bellas, mientras que los machos recios siguen siendo los “Murrikí” de siempre. Despeinados y con un corte de cabello como en los tiempos de Lenin. Un viaje corto, pero lleno de emociones. Recordé a mis amigos Lumumberos con toda el alma, más nadie de los tiempos de la gloriosa. Un par de compadres a la salida del correo me pidieron un par de rublos para hacer la mañana. Me dieron la mano y me desearon que Dios me protegiera por doscientos años más. En cada viaje descubro cosas, pero luego me parece que el tiempo se hubiese detenido. Hoy estoy por Rusia en el partido de semifinales contra España. Un abrazo a todos, con la fraternidad de siempre.

Ren챕

Alemania, 25.06.2008.-

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