viernes, 18 de julio de 2008

Ortega despistado

De h챕roes y villanos
Sergio Ram챠rez

Jueves, 17 de julio de 2008

El 22 de agosto de 1978 un comando guerrillero asalt처 en Managua el Palacio Nacional, donde sesionaban en ese momento los diputados y senadores de Somoza, y no s처lo los tom처 como prisioneros a ellos, sino a ministros y decenas de bur처cratas empleados de otras dependencias del palacio, que tambi챕n albergaba los ministerios de Gobernaci처n y Hacienda; y como el comando cerr처 desde dentro las puertas del edificio, tambi챕n quedaron atrapadas miles de personas que a esas horas de un d챠a laborar cualquiera pagaban impuestos o hac챠an gestiones rutinarias.

“El plan parecía una locura demasiado simple. Se trataba de tomar el Palacio Nacional de Managua a pleno día, con solo veinticinco hombres”, escribe García Márquez en su crónica magistral Asalto al palacio. “El ingenio de la acción consistía en hacerse pasar por una patrulla de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería de la Guardia Nacional. De modo que se uniformaron de verde olivo, con uniformes hechos por costureras clandestinas en tallas medianas, y se pusieron botas militares compradas el sábado anterior en tiendas distintas.” García Márquez entrevistó a los miembros del comando en el cuartel Tinajita de Panamá, una vez que Somoza consistió que, a cambio de la entrega de los rehenes, salieran del país con los prisioneros políticos cuya liberación reclamaban, y su crónica queda como la mejor pieza literaria entre tantos reportajes que se hicieron entonces, cuando aquel hecho conmovió al mundo por la audacia de quienes lo ejecutaron, unos muchachos que promediaban los veinte años de edad. Somoza era el villano encerrado en su búnker, humillado por unos guerrilleros mal armados y decididos a todo, que eran en cambio los héroes, en Nicaragua y en todas partes.

Cuando los guerrilleros del comando iban en un autob첬s suministrado por Somoza camino del aeropuerto, a encontrarse con los prisioneros pol챠ticos para subir todos al mismo avi처n rumbo a Panam찼, las calles por donde iban a pasar estaban acordonados de soldados armados hasta los dientes, pero eso ya no le import처 a la gente que en multitud sali처 a las esquinas y a las aceras a vitorearlos, una ruidosa manifestaci처n que demostraba que se hab챠a perdido el miedo a la dictadura y presagiaba la insurrecci처n popular que empezar챠a poco despu챕s.

He recordado este acontecimiento del pasado de cara al largo secuestro y liberaci처n de Ingrid Betancourt y sus dem찼s compa챰eros de cautiverio en las selvas de Colombia, y no puedo sino hacer comparaciones. Si nos atenemos a las palabras claves de ambos hechos, son las mismas: secuestro, rehenes, captores, guerrilleros; pero detr찼s de esas palabras ha cambiado todo un universo de sentimientos, y de identificaciones, de uno al otro lado del espectro.

Los secuestradores fueron los h챕roes en la toma del Palacio Nacional de Somoza, celebrados universalmente, y aclamados, y los secuestrados, diputados, senadores y ministros, los villanos. Ahora, los h챕roes son los secuestrados retenidos largos a챰os como rehenes por los guerrilleros de las FARC, que han pasado a ser en cambio los villanos, a quienes nadie se atreve a alabar, o a respaldar ni menos a exaltar como figuras rom찼nticas. Los h챕roes son los miembros del comando que los liber처, y no los del comando que los apres처.

Las c찼maras de la televisi처n segu챠an hace treinta a챰os a Ed챕n Pastora, el jefe militar del comando del Palacio Nacional, y todos quer챠an entrevistar a Dora Mar챠a T챕llez, la 첬nica mujer entre los asaltantes, que hab챠a conducido las negociaciones con los representes de Somoza. Ella vestida de guerrillera, era la hero챠na. Hoy, la hero챠na es Ingrid Betancourt, vestida de prisionera mientras aguantaba el cautiverio.

No se trata solamente de un cambio de papeles en el fen처meno medi찼tico, ni nada m찼s de que la lucha armada irregular, con todo lo que conlleva, se halla fuera de lugar en los albores del siglo veintiuno, como el mismo presidente Hugo Ch찼vez afirma ahora. Se trata de un cambio radical del sentido de los s챠mbolos, porque los s챠mbolos tienen siempre un sustrato 챕tico, que es el que las da vida, o sino se vuelven ret처rica mentirosa.

García Márquez relata que uno de los diputados que viajaban con los guerrilleros hacia el aeropuerto de Managua, pues allí serían entregados a cambio de los prisioneros políticos traídos des las cárceles en todo el país, se mostró asombrado ante aquella explosión de júbilo popular en las calles. “Y entonces, el comandante Uno, que viajaba a su lado, le dijo con el buen humor de alivio : ya ve, esto es lo único que no se puede comprar con plata".

La plata entonces no estaba entonces de por medio, y ning첬n guerrillero de aquel comando ve챠a el asalto al Palacio Nacional como un negocio. Los que sobreviven siguen viviendo sin medios de fortuna, y los que ya murieron, vivieron siempre pobres. Ninguno de ellos fue corrompido por el trastorno de los valores 챕ticos, como ocurri처, por desgracia, pasando el tiempo, con otros compa챰eros de armas suyos, pero 챕sa es historia aparte.

La diferencia entre las im찼genes de entonces, y las de hoy, es la misma que hay entre el ideal y el cinismo. Entre la lealtad a los principios y la corrupci처n de los principios. El tr찼fico de drogas, tomo un ejemplo, equipara al jefe guerrillero con el narcotraficante, y al anularse los ideales, se echa al trasto de la basura la 챕tica, y no hay m찼s romanticismo posible.

Hoy, en lugar de alegrarse nadie porque las FARC retenga a첬n rehenes, todo el mundo les exige que los libere de manera incondicional, desde Fidel Castro al Consejo Permanente de la Organizaci처n de Estados Americanos, donde est찼n representados los gobiernos latinoamericanos, la mayor parte de ellos ahora de izquierda. Un voto un찼nime salvo por el gobierno de Nicaragua, para que tomen nota.

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