Me permito poner lo que mi hija escribio en su blog. Lo hago porque es lo que piensa una mujer joven que nacio durante la dictadura.
No Me Pidan que No Celebre
Est찼bamos en la Reina cuando nos montamos en el auto de Paulina camino al centro. Durante las primeras cuadras, los bocinazos retumbaban en los o챠dos sordos de quienes se quedaron detr찼s de las cortinas, con las ventanas cerradas.
Fue llegando a Tobalaba que el escenario empez처 a cambiar, cuando las sonrisas de los peatones que saludaba entusiasmados comenzaron a multiplicarse y las bocinas proven챠an de decenas de autos que atravesaban Santiago con banderas. De las ventanas se asomaban manos que, como las nuestras, reproduc챠an el s챠mbolo de la paz.
Cientos de bocinas, cientos de sonrisas, se convirtieron en miles. Nos encontramos en Plaza Italia, como si 챕ste hubiese sido el plan pactado durante los treinta y tres a챰os que dur처 aquel pesar.
Fue reci챕n a eso de las 18.30, cuando comenzamos a caminar por la Alameda que le dije a mi amiga "yo pens챕 que era inmortal".
Yo tengo menos de treinta y tres a챰os. Nac챠 con un hombre al mando de Chile y me fui de Chile 13 a챰os despu챕s, cuando aquel hombre segu챠a ah챠. Escuch챕 sus discursos durante todos esos a챰os, as챠 como escuch챕 sobre los recuerdos de amigos que ya no estaban, comentarios sobre temas de los que nadie conversaba, canciones cuyos nombres no pod챠a repetir, deudas.
Deudas, deudas y m찼s deudas. Todo Chile parec챠a estar endeudado. En la ense챰anza b찼sica comenc챕 a compartir con algunos compa챰eros de curso comentarios secretos sobre aquellas deudas, sobre la pol챠tica, sobre partidos, sobre los terroristas y los universitarios buena onda que buscaban libertad. Sin darnos cuenta - y eso lo vi a챰os despu챕s - 챕ramos parte de aquel sistema.
A pesar de la ni챰ez, no fuimos inmunes a los miguelitos, y tampoco a las bombas lacrim처genas.
Recuerdo ese ardor que invade ojos, nariz y garganta. Pareciera que una cebolla est찼 hirviendo el centro de la cabeza. No se ve, no se respira, no se habla. Todo duele, todos lloran. As챠 son los gases. Recuerdo a mi t챠a gritando que entrara de nuevo al colegio, mientras ella se quedaba fuera. Recuerdo el miedo de no saber qu챕 pasaba, y la pena de entender que hab챠a sido un d챠a m찼s.
Vino el atentado, y muchos se atrevieron a sonre챠r y decir "estuvimos cerca de lograrlo". Sin duda, no era el camino, pero ganas no faltaron, y esa es la verdad.
Hasta que la lluvia ces처. Sali처 el sol y un arcoiris invadi처 Chile. La canci처n nos la aprendimos todos. Mi curso la cantaba a diario, entre susurros, luego de cantar la canci처n nacional con un estribillo de m찼s en el patio, todos uniformados.
El arcoiris m찼gico devolvi처 la sonrisa a muchos, mientras volv챠an a llorar los recuerdos. Nosotros, como ni챰os, llor찼bamos al conocer una parte de la historia que nadie hab챠a contado hasta entonces, mientras - entre las escenas - una se챰ora compraba una bolsita de t챕. 쩔Se acuerdan?
Y a pesar de las mentiras de todos esos a챰os, un militar tuvo suficiente valor para decirle a aquel hombre que deb챠a reconocer el triunfo democr찼tico. Y as챠 se hizo.
Yo me fui de Chile. El se챰or sigui처 al mando de los militares y luego ocup처 un sill처n en el congreso; aquel que una vez 챕l mismo hab챠a disuelto.
Vino el presidio en Londres, y el se챰or segu챠a ah챠, impune. Juicios, acusaciones y pruebas de violaci처n de derechos humanos, torturas, asesinatos. Finalmente, robo.
Todos lo sab챠an, pero las pruebas aparecieron casi milagrosamente y supimos que el caballero no ten챠a un nombre, sino muchos. Lo mismo suced챠a con su familia, mientras numerosas cuentas bancarias comenzaron a demostrar que el caballero no hab챠a sido nunca tan caballero.
Y si bien lo 첬nico austero en aquel personaje pareci처 ser la compasi처n por los sufridos y el respeto por quienes piensan diferente, sigui처 ah챠, intocable.
Y mientras nuestra caminata continuaba por la Alameda, segu챠a pensando que lo hab챠a cre챠do inmortal. Porque durante toda mi vida hab챠a esperado aquel momento. Y muchos con quienes quise compartirlo, ya no viven en Chile gracias a 챕l.
Entonces no me pidan que no celebre. No me pidan que no aplauda, que no cante, que no baile. Salto todo lo que quiero, porque nadie tiene derecho a decirme que lo que pienso no se puede pensar. No me pidan que no sonr챠a, si siento que finalmente se apag처 la vida que destruy처 la de millones.
No se trata de colores pol챠ticos. Nadie nos salv처 de nada el 73. A lo mejor a algunos les regalaron lo que no ten챠an, mientras a otros les quitaron lo que hab챠an ganado con trabajo. Algunos in첬tiles que ocuparon cargos p첬blicos arrancaron para luego volver, mientras que muchos intelectuales fueron golpeados hasta la muerte.
Ahora piden respeto, paz y consideraci처n. Ah챠 los tienen se챰ores. Nadie los fue a molestar. Nosotros cantamos frente al palacio de gobierno. Aquel que ocupa nuestra Presidenta electa democr찼ticamente, cuyo padre falleci처 de un infarto mientras estaba preso, cuando ustedes se negaron a atenderlo.
Este hombre que muri처 en el D챠a Internacional de los Derechos Humanos vivi처 una semana gratis. A 챕l lo atendieron dentro de una cl챠nica a siete minutos de salir de su casa, en una ambulancia que le pagamos entre todos.
Hoy quiz찼s lo vea en su velorio. Lo ver챕 muerto. Nunca lo vi con vida. Sin embargo, todo mi camino por el mundo, se debe - en gran parte - a 챕l.
Gracias Pinochet. Gracias por ense챰arme que no hay que ser como t첬.
Eva Medalla
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