Queridos Lumumberos !
A unos cuantos dias de emplumà rmelas a Chile, me paso las tardes recorriendo en la memoria los lugares de la patria que me gustarà visitar. Por alguna razòn, las pocas cèlulas grises que me van quedando, me llevan a recorrer las riveras del majestuoso rio Diguillìn, en las cercanìas del pueblo de mi niñèz. Su puente de madera reaparece cada vez con insistencia, a pesar que dejò de existir hace ya muchos años, reemplazado por uno de concreto armado que mejor responde a las exigencias del transporte moderno de la regiòn. Pero ahì està el de madera, sereno e inmortal. En su baranda la niña del lugar con su canasta de quesos aromà ticos, cubiertos con hojas de la higuera, con su pollerita pobre mecièndose al compà z de la brisa y con su sonrrisa maravillosa que me anima a continuar las añoranzas. La recuerdo con frecuencia, a pesar que fuè solo una vez que me animè a estrechar su mano diminuta, en un arrebato de corage cuando agitè mi mano en señal de saludo cuando se aprestaba a marcharse del lugar. Sus ojos negros bailaban de nerviosismo, sin darse cuenta que paralelamente me temblaban los calzoncillos, ambos de trece años. Tambien recorro el molino de mi infancia y la casa rural de mis viejos, desteñida y sumergida en las malezas amarillas del verano. Encontrè desolaciòn en Febrero del 2004 cuando la visitè. Pero con el correr de los dias y semanas, volviò a recobrar sus colores, los jardines que mi madre arreglaba con devociòn casi religiosa, florecieron y el pozo de aguas cristalinas volviò a reflejar su frescura en nuestro patio. La vieja campana de bronce se desplomò, porque los maderos que la sostenìan, no soportaron los años de espera del retorno de sus antiguos moradores. Añoro el encuentro con las gentes de aquel entonces, aùn sabiendo que muchos de ellos ni siquera existen en la momoria de sus habitantes. Visitarè igualmente la casa de mi "peuca" juvenil. Su reja de madera, la higuera que se asomaba hacia la vereda y el membrillo que era el magneto de los escolares en su paso hacia mi escuela. Me cuesta llegar a su vereda. Porque se marchò con rencores que nunca se explicaron. Me quedò su imagen y su andar en su uniforme escolar azul intenso. Me acusò de infedelidades que nunca existieron, pero que interpretè màs tarde como "chopazo" del destino. Desde Chiguayante recibì su ùltima carta del adios, en donde me faltò el corage y la experiencia para "humillarme" contestà ndola. Màs tarde reconociò su error en una carta a su madre, que se quedò hasta su muerte en el pueblo, en el entendido que me la mostrarìa. Llego al estadio de tierras coloradas y de tribunas nuevas, que siempre fueron proyectos de los ediles de la època, pero que siempre terminaron en el "pròximo año", que llegò 50 años màs tarde. Las calles sin asfalto estaban desiertas en mi ùltimo viaje, pero las recuerdo llenas de gente joven que llegaban de las ciudades adyacentes para las vacaciones estivales. Los grandes familioes ya se fueron del lugar. Lo corroboran las casas de corredores vacìos con sus puertas y ventanas afianzadas con maderos transversales, pero la memoria posèe el sortilegio de llenarlas de vida, de encender las cortinas de los ventanales y las salamandras a leña que espantaban la humedad de los atardeceres. Recorro la plaza del pueblo y revivo en Alemania la sorpresa de haber encontrado a una sobrina de mi antiguo "amol", con su pequeña hija en los brazos. Dijo nunca haberme olvidado y, a espaldas de su marido, expresò el dolor de haberse marchado y de haberme fustigado injustamente. Llega de vez en cuando al pueblo a visitar la sepultura de sus padres. Su hermano mayor, que siempre me correteaba de su casa, parece haberse olvidado del pasado. Me abrazò como quien abraza al hijo extraviado que retorna. Dijo estar orgulloso de los San Ignacinos que triunfaron en la vida (?). Si a eso le llama triunfo, como serà n entonces las derrotas para el cristiano. Llego con mi hermano Jorge a la casa de la "viuda alegre", que recuerdo en un poema popular y que fuè publicado en el blog de mi querido amigo Froddi Cisternas. Me tiemblan las canillas. Vive aùn en el mismo lugar y sus hijos nos recibieron en la puerta. Llega despues de haberse echado una manito de "gato", para estrecharnos en un abrazo. Recordaba a mi hermano y me miraba solo de reojo. Tardò unos minutos en descubrirme en algun rincòn de su alma. Sus mejillas se encendieron y se cubriò el rostro con ambas manos para esconder unos lagrimones que no pudo explicar. Ni hablar del nudo en la garganta que me traje hasta el aviòn de vuelta. Fuè una idea de mi hermano en visitarla. Bella y esbelta, cubriò con rapidèz una mesita con un mantel a cuadros en el patio, para invitarnos a un tè con pan amasado. Ni el tiempo ni las pellejerìas de su vida, lograron disminuìr los rasgos de su belleza morena de otros tiempos. Minutos màs tarde, llegaba un viejo amigo de mi padre (96 años !), en un vehìculo digno de pertenecer a un museo automotrìz. Con el hombre terminamos la jornada. Me fuì con la promesa de volver. Quedaron muchas calles sin recorrer y muchas cosas por recordar. Mi hermano se las enfilò a Estados Unidos, mientras yo apretaba cachete de vuelta a Alemania. El exilio, cualquiera que sean sus razones, no conoce fronteras geogrà ficas ni polìticas. Un fuerte abrazo a todos, junto al agradecimiento por vuestra paciencia. Todo con la fraternidad de costumbre.
Ren챔
Alemania, 06.01.2006.-
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