Pablo Az처car
Podr챠a decirse que el fen처meno de Ricardo Lagos no se inici처 en marzo del 2000, cuando se puso en la pechera la banda presidencial, sino el 8 de julio del 2002, con los empelotados del Parque Forestal de Spencer Tunick.
En esa gélida madrugada, miles de chilenas y chilenos rompieron todas las previsiones y se echaron en cueros y en masa a la calle a mirar y dejarse mirar. Todo sucedió al margen de la voluntad de nadie âni siquiera de Lagosâ, pero se convirtió en todo un sÃmbolo, la imagen de un paÃs en desacato, un paÃs cansado de dobles discursos y de padres Hasbunes, un paÃs que se rebelaba frente a tanta prohibición y falsa moralina.
Tunick no podÃa imaginar las dimensiones simbólicas que habrÃa de adquirir una simple acción de arte más o menos freak. Lagos tampoco, pero sà pispó el fenómeno con aguzado olfato polÃtico y acabó encabezando un cambio cultural que nada tuvo del alegre destape español, pero que fue considerable. Después de su sexenio, el paÃs ya no es el mismo. No sólo porque se aprobó una ley de divorcio, o porque -¡por fin!- se pudo realizar una campaña oficial a favor del condón, y miles de preservativos se repartieron en las playas, sino porque paulatinamente se fue evaporando algo que parecÃa enquistado para siempre: el miedo.
Después de las temerosas administraciones de Aylwin y Frei Ruiz-Tagle, apareció Ricardo Lagos y se despachó un gobierno con poderosos rasgos fundacionales, cuyo legado se prolongará por muchos años, más allá de las inauguraciones de todo tipo y de los inmensos cambios en infraestructura que son la faceta más visible.
¿Cuál es la imagen que va a quedar de los años de Ricardo Lagos? ¿La del jarrón chino quebrado? ¿La de su rostro contrito cuando en el 2003 se enfermó su mujer Luisa Durán? ¿La de un personaje miterrandeano que parece haber nacido para ser Presidente y estatua, para dejar su nombre estampado en los aeropuertos y en los libros de historia? ¿La del estadista apagando el fuego con los paÃses vecinos e instalando a su dilecto segundo de a bordo a la cabeza de la OEA? ¿La del socialista que según no pocos crÃticos no le hincó el diente a los severos problemas medioambientales? ¿La del lÃder continental que se enfrentó a sus todopoderosos socios de Estados Unidos a propósito de la guerra de Irak y de la propia OEA?
¿Qué nos va a quedar en la memoria? ¿Su paternalismo de abuelo regalón? ¿Su talante de padre malhumorado? ¿Su apostura de monarca sin corona? ¿La admiración cerrada del escritor Carlos Fuentes (âLagos es el único estadista de América Latinaâ)? ¿Su lucidez, su capacidad de aprender sobre cualquier tema más rápido y mejor que ningún otro polÃtico? ¿Su ubicuidad mediática, esa capacidad increÃble de ser Presidente durante las 24 horas del dÃa, de opinar sobre todo y a toda hora, desde los temas más nimios a los más trascendentales, dando lecciones, interpelando, refunfuñando, repartiendo premios y castigos?
¿Tendremos ahora, como dicen algunos, una resaca de Lagos?
Esta idea de seguro no les incomoda a los ahora salientes operadores polÃticos de La Moneda, que nos recuerdan su estatura de estadista mundial, el resuelto crecimiento económico, los tratados de libre comercio, los informes de competitividad, las ampliaciones del Metro, los terminales aéreos, los 1.500 kilómetros de ruta doble entre La Serena y Puerto Montt, la mentada agenda digital y un largo etcétera que por cierto incluye el arrastre popular, el milagro de un Presidente que no sólo no pareció desgastarse en su ejercicio, sino que incluso incrementó su apoyo y terminó con más de un 60% de aprobación personal en las encuestas, más que el de toda su coalición junta, un apoyo transversal que va desde los empresarios más recalcitrantes a la señora Juanita que lo ve como a un patriarca protector.
Uno de sus secretos ha sido esa misma ubicuidad: él, Ricardo Lagos, ha sido el gran superministro de todo, interviniendo personalmente en cada uno de los asuntos, revisando todas y cada una de las carpetas, delegando lo mÃnimo posible.
L찼grimas empresariales
Lagos ha ejercido un mandato que deberÃa ser estudiado en todas las escuelas de ciencias polÃticas, porque en estos años cristalizó un hecho sin precedentes, el abuenamiento histórico de un socialista con la derecha y con el mundo empresarial, que primero dejaron de verlo como el mal, luego lo vieron como el mal menor, y finalmente las cifras macro los hicieron verlo decididamente como el bien. âEl Mercurioâ y sobre todo âLa Terceraâ, después de atacarlo con tenacidad y mala leche, terminaron tratándolo con guante blanco. Cómo olvidar las lágrimas que aparecieron en la despedida con los empresarios de la Sofofa a fines del año pasado.
En este marco, salvó con costos mÃnimos lo que en un momento amenazó con ser su perdición: los casos judiciales simbolizados en el MOP-Gate. Hubo un momento en que el Presidente se vio contra las cuerdas. Asomaron por primera vez las crÃticas de algunos colaboradores, en La Moneda el aire se enrareció durante meses, pero el asunto se fue descomprimiendo y acabó convertido en un dato más de una agenda sumamente recargada.
Una de las clave de este fenómeno radica en un hecho capital: aunque criticó el modelo económico neoliberal, en lo esencial no cuestionó su ortodoxia. Por un lado, aumentó el salario mÃnimo, lanzó un Programa Habitacional Nacional y un Chile Solidario, erradicó múltiples campamentos y cientos de miles de chilenos superaron la barrera de la indigencia y la pobreza. Pese a esto, por otro lado, la concentración de capitales siguió aumentando como una plaga, la educación continuó siendo muy discriminatoria y la distribución de la riqueza se mantuvo entre las peores del mundo, tal como lo fueron ratificando los diversos organismos especializados, incluyendo el Banco Central chileno.
La guinda del pastel
Los años de Ricardo Lagos tuvieron, eso sÃ, un colofón glorioso e inesperado. Primero fue casi en solitario el juez Guzmán, luego vino el desafuero de Pinochet por parte del pleno de la Corte Suprema, y después se cumplieron los treinta años del golpe militar y los chilenos pudieron ver las imágenes escalofriantes que se les habÃan escamoteado durante años.
Entonces vino el Informe Valech, acaso el cisma de mayor impacto. No mucho después cayó con memorable lluvia de huevos el mismísimo Mamo Contreras, le siguió casi toda la plana mayor de la DINA y la cosa terminó convertida en una bola de nieve que ya nadie pudo detener y que modificó casi genéticamente el alma del país, con centenares de militares desfilando por los tribunales, con el Ejército jurando “nunca más” y rindiéndole honores militares a Carlos Prats y con ciertos civiles del viejo régimen que ya nunca más pudieron dormir demasiado tranquilos.
Lo del Banco Riggs fue la guinda del pastel y coronó la caÃda en picada de Pinochet, al que sus partidarios le perdonaron las más perversas crueldades en nombre de una pretendida guerra, pero no estuvieron dispuestos a tragárselo como ladrón, y la Fundación Pinochet se fue quedando vacÃa y hasta el propio LavÃn se desmarcó de una figura que ahora apestaba.
¿Qué quedará de todo esto? Durante el sexenio de Lagos se firmaron Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, la Unión Europea y otras poderosas economÃas, se remendó la Constitución (eliminando de ella la mayorÃa de los enclaves antidemocráticos dejados por la dictadura), se lanzaron con tropiezos una Reforma Procesal Penal, un Plan AUGE de salud y un Plan Transantiago de transporte, se abolió la pena de muerte, se reabrió la mÃtica puerta de Morandé 80 en La Moneda y se sentaron las bases de una ambiciosa modernización del Estado, que se expresó en leyes sobre financiamiento electoral y sobre administración civil. En definitiva, durante su perÃodo en Chile se restauró un cierta tradición republicana,
Muy pocas veces el Presidente estuvo solo. En contadas ocasiones sus asesores y cercanos miraron hacia otro lado, como cuando el año pasado le escribió una carta desusadamente indignada al director de “El Mercurio”, o cuando hace poco indultó sin motivo conocido a uno de los asesinos de Tucapel Jiménez, Manuel Contreras Donaire, quien ni siquiera había colaborado entregando información a la justicia.
Por lo general, a Lagos se le vio siempre lejos de la famosa soledad del poder. Cortó más cintas que ningún otro Presidente en la historia de Chile, cantó la Internacional en el funeral de Gladys MarÃn y celebró con no tan soterrada euforia los triunfos de su coalición en las Municipales del 2004, las Parlamentarias del 2005 y la Presidencial del 2006. La paradoja es notable: un académico tÃmido, un individuo casi demasiado intelectual para ser polÃtico, un hombre apartado de las masas, que se avino sin problemas a la palabra âgenteâ para referirse al pueblo, acabó su mandato con el olor que sueñan todos los polÃticos del mundo: el olor de multitudes. LND
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